En una serie de artículos seguimos el proceso de designación del nuevo Papa. No es el continuador de Francisco, sino el sucesor de Pedro,
CONCILIO VATICANO II
El Concilio Vaticano II fue el vigésimo primer concilio ecuménico de la Iglesia católica, que tenía por objeto principal la relación entre la Iglesia y el mundo moderno. Fue convocado por el papa Juan XXIII, quien lo anunció el 25 de enero de 1959. Fue uno de los acontecimientos históricos que marcaron el siglo XX.
El Concilio constó de cuatro sesiones: la primera de ellas fue presidida por el mismo papa a partir de octubre de 1962. Juan XXIII no pudo concluir este Concilio, ya que falleció un año después (el 3 de junio de 1963). Las otras tres etapas fueron convocadas y presididas por su sucesor, el papa Pablo VI, hasta su clausura el 8 de diciembre de 1965. La lengua oficial del Concilio fue el latín.
Comparativamente, fue el Concilio que contó con mayor y más diversa representación de lenguas y etnias, con una media de asistencia de unos dos mil padres conciliares procedentes de todas las partes del mundo. Asistieron, además, miembros de otras confesiones religiosas cristianas.
Entre sus objetivos se destacaba: Promover el desarrollo de la fe católica. Lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles. Adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de su tiempo. Lograr la mejor interrelación con las demás religiones, principalmente las iglesias separadas (protestantes) y las iglesias orientales.
Se pretendió que fuera una puesta al día o «actualización» (aggiornamento) de la Iglesia, renovando los elementos que más necesidad tuvieran de ello, revisando el fondo y la forma. Se presentó como una apertura al diálogo de la Iglesia católica con el mundo moderno, actualizando la vida de la Iglesia y evitando hacer condenas explícitas de personas o doctrinas.
El Concilio Vaticano I (1869-1870) no había logrado terminar debido a la suspensión impuesta por el estallido de la guerra franco-prusiana. Finalmente la pérdida de los Estados pontificios, y la unificación italiana con capital en Roma, llevó a que la Iglesia adoptara una postura antimoderna y una visión negativa de su época. El nuevo Concilio intentaba revertir esa visión y valorizar los logros de la modernidad, sin considerarlos per se como «anticatólicos
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Declaraciones de Juan XXIII cuando le preguntaban sobre los por qué de la convocatoria del Concilio Vaticano II: Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles puedan ver hacia el interior». Invitó a otras iglesias a enviar observadores al concilio, aceptándolo tanto iglesias protestantes como ortodoxas. La Iglesia Ortodoxa Rusa, por temor al gobierno soviético comunista, solo aceptó tras recibir seguridades de que el concilio no reiteraría la condena al comunismo.
El 7 de diciembre fue la última sesión pública solemne: se promulgó la constitución pastoral Gaudium et spes, los decretos Ad gentes y Presbyterorum ordinis, la declaración Dignitatis humanae. Asimismo se leyó la declaración común que retiraba las excomuniones recíprocas con la Iglesia ortodoxa.
El concilio concluyó con una misa presidida por Pablo VI el 8 de diciembre de 1965. Se aprobaron reglamentos, y se desprendieron grupos especiales para operar en determinadas regiones. Después del Concilio Vaticano II, la corriente revolucionaria denominada Teología de la Liberación influyó fuertemente en la política latinoamericana. Este período posconciliar fue una época de crisis en la que miles de sacerdotes católicos abandonaron el ministerio, entre ellos alrededor de 8.000 jesuitas.[